(García Márquez y Neruda: foto tomada a libertad de internet)
TANGO DEL VIUDO
del libro Residencia en la tierra
OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás
insultado el recuerdo de mi madre
llamándola
perra podrida y madre de perros,
ya habrás
bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis
viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no
podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin
maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome
del trópico de los coolíes corringhis,
de las
venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los
espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la
verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado
otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en
los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo
los pantalones y las camisas,
no hay
perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra
de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué
amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra
invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.
Enterrado
junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo
que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora
repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado
al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la
humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los
lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa
tierra no comprende tu nombre
hecho de
impenetrables substancias divinas.
Así como me
aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas
como detenidas y duras aguas solares,
y la
golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de
furia que asilas en el corazón,
así también
veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en
el aire la ceniza y lo destruido,
el largo,
solitario espacio que me rodea para siempre.
Daría este
viento del mar gigante por tu brusca respiración
oída en
largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a
la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte
orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como
vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces
entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de
espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma
de sangre que está solitaria en mi frente
llamando
cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias
extrañamente inseparables y perdidas.
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