La plazoleta se encontraba en una pequeña meseta a la que
podías subir por un delgado camino de cemento desde la calle Centeno
Vallenilla. Ahí estaba yo, sentado en uno de los bancos, sucio y sudado de
jugar fútbol desde las tres de la tarde con mis amigos del vecindario. Estaba
ahí refrescándome, aunque seguiría jugando si no fuera porque al dueño del
balón lo llamó temprano su mamá. Todos los demás se habían ido a sus casas.
Mientras estaba sentado pensaba en muchas cosas fugazmente,
pero ahora solo me acuerdo dos: una, que tenía que bañarme y quitarme el sudor
seco de la piel, y dos, que tenía que decirle a mi mejor amigo que mi papá ya
me había comprado la tarjeta de video por lo que ya podíamos a volver a jugar
donde habíamos quedado el mes pasado. Esta vez, en verdad, si quería bañarme.
¡Ah! También pensé en comprarme un helado en el quiosco de la
plaza al cual ya no le faltaba mucho por cerrar, pues ya empezaba a anochecer,
pero de inmediato recordé que no llevaba dinero. No me importó. Estaba muy cansado
como para ir a casa a pedirle dinero a mi papá.
Ya me entraban ganas de irme del lugar cuando de pronto noté
que Lucy Carrasquero subía por el camino hasta la plazoleta. Iba con unos
primos y primas, así como con varias señoras y un señor. El alumbrado público
se encendió y de pronto el frescor comenzó a hacerse un poco más frío.
Era una niña muy hermosa. La más hermosa del colegio. Nos
sonreímos y saludamos. Se alejó un poco trotando de su acompañantes,
dirigiéndose hacia mí. Alcancé a ver a sus primas y a una de las señoras lanzar
una mirada hacia nosotros. Eso me puso algo nervioso, pero los nervios duraron
lo que tardó ella en llegar hasta mí.
‘Hola, Miguel’, me dijo. Y su voz me pareció dulce. Tal vez
estaba algo hipnotizado por lo bella que era. Sonrió y le respondí el saludo.
Me preguntó cómo estaba y de ese modo empezamos una charla que nos llevó todo
el rato en el que ella y sus familiares estuvieron allí. Evidentemente, olvidé
por completo que quería irme a mi casa.
Esos fueron el momento y el lugar adecuados para besarla.
Pero me contuve y fui cortés, puesto que tomé en cuenta que iba con los que por
un momento supuse eran sus tíos, y a que además yo estaba bastante sucio.
Probablemente hasta apestaba. Aunque pese a ello noté que ella estuvo muy
próxima a mí todo ese rato. Nuestras manos se rozaron varias veces, haciéndonos
los locos.
El naranja y rojo del atardecer ya habían desaparecido del
horizonte y en el cielo quedaba una luz fría que alumbraba un color azul algo
claro que todavía no se oscurecía por completo. En el horizonte, Caracas
titilaba en miles de pequeñas luces, más grandes que las estrellas que
despuntaban en el cielo. Aproveché para irme con ellos. Mientras descendíamos,
en medio de las risas y conversas del grupo, Lucy me preguntó ‘¿has visto ese
azul que se forma en el atardecer?’ Fue una pregunta profunda para mí. Voltee
la mirada hacia donde creí que ella también miraba. Sin duda era un hermoso
azul. ‘No, pero es bonito’, le respondí. ‘Es lindo’, dijo ella.
Su casa quedaba dos cuadras antes de la mía. Nos despedimos
con un beso en la mejilla y una sonrisa. No voltee mientras caminaba. Solo
pensaba en el baño y el videojuego, y en Lucy… Esa noche empezaría a
escribirle.
Caracas, 11/7/17.