lunes, 10 de julio de 2017

¿Has visto el azul del atardecer?


La plazoleta se encontraba en una pequeña meseta a la que podías subir por un delgado camino de cemento desde la calle Centeno Vallenilla. Ahí estaba yo, sentado en uno de los bancos, sucio y sudado de jugar fútbol desde las tres de la tarde con mis amigos del vecindario. Estaba ahí refrescándome, aunque seguiría jugando si no fuera porque al dueño del balón lo llamó temprano su mamá. Todos los demás se habían ido a sus casas.

Mientras estaba sentado pensaba en muchas cosas fugazmente, pero ahora solo me acuerdo dos: una, que tenía que bañarme y quitarme el sudor seco de la piel, y dos, que tenía que decirle a mi mejor amigo que mi papá ya me había comprado la tarjeta de video por lo que ya podíamos a volver a jugar donde habíamos quedado el mes pasado. Esta vez, en verdad, si quería bañarme.

¡Ah! También pensé en comprarme un helado en el quiosco de la plaza al cual ya no le faltaba mucho por cerrar, pues ya empezaba a anochecer, pero de inmediato recordé que no llevaba dinero. No me importó. Estaba muy cansado como para ir a casa a pedirle dinero a mi papá.

Ya me entraban ganas de irme del lugar cuando de pronto noté que Lucy Carrasquero subía por el camino hasta la plazoleta. Iba con unos primos y primas, así como con varias señoras y un señor. El alumbrado público se encendió y de pronto el frescor comenzó a hacerse un poco más frío.

Era una niña muy hermosa. La más hermosa del colegio. Nos sonreímos y saludamos. Se alejó un poco trotando de su acompañantes, dirigiéndose hacia mí. Alcancé a ver a sus primas y a una de las señoras lanzar una mirada hacia nosotros. Eso me puso algo nervioso, pero los nervios duraron lo que tardó ella en llegar hasta mí.

‘Hola, Miguel’, me dijo. Y su voz me pareció dulce. Tal vez estaba algo hipnotizado por lo bella que era. Sonrió y le respondí el saludo. Me preguntó cómo estaba y de ese modo empezamos una charla que nos llevó todo el rato en el que ella y sus familiares estuvieron allí. Evidentemente, olvidé por completo que quería irme a mi casa.

Esos fueron el momento y el lugar adecuados para besarla. Pero me contuve y fui cortés, puesto que tomé en cuenta que iba con los que por un momento supuse eran sus tíos, y a que además yo estaba bastante sucio. Probablemente hasta apestaba. Aunque pese a ello noté que ella estuvo muy próxima a mí todo ese rato. Nuestras manos se rozaron varias veces, haciéndonos los locos.

El naranja y rojo del atardecer ya habían desaparecido del horizonte y en el cielo quedaba una luz fría que alumbraba un color azul algo claro que todavía no se oscurecía por completo. En el horizonte, Caracas titilaba en miles de pequeñas luces, más grandes que las estrellas que despuntaban en el cielo. Aproveché para irme con ellos. Mientras descendíamos, en medio de las risas y conversas del grupo, Lucy me preguntó ‘¿has visto ese azul que se forma en el atardecer?’ Fue una pregunta profunda para mí. Voltee la mirada hacia donde creí que ella también miraba. Sin duda era un hermoso azul. ‘No, pero es bonito’, le respondí. ‘Es lindo’, dijo ella.

Su casa quedaba dos cuadras antes de la mía. Nos despedimos con un beso en la mejilla y una sonrisa. No voltee mientras caminaba. Solo pensaba en el baño y el videojuego, y en Lucy… Esa noche empezaría a escribirle.


Caracas, 11/7/17.

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